lunes, junio 28, 2004

Bendícenos señor del Tafil

Acuérdate que te recuerdo.

Si no te acuerdas no importa mucho.

Siempre te veré caminado sobre los rieles

o buscando el durazno más maduro de la quinta.


Jorge Teillier



Querida Tantriste, te escribí toda la tarde cartas que hablaban de naufragios, te escribí porque pensé que te gustaría saber que en la radio hablaban de veleros proponiendo una migración hacia el desierto.

En la mañana, en el centro comercial, compré unos chocolates que --creo-- no podré entregarte, no tengo tu dirección y no creo buena idea salir a tocar en todas las ventanas donde una lámpara suponga que descansas; además son las tres de la mañana y nunca me ha gustado dormir fuera de casa. Volvamos al centro comercial, pensé en ti cuando una vendedora no me ofreció perfume para dama; si hubieras ido junto a mí, seguramente te hubiera ofrecido y me habría pedido opinión para convencerte de comprarle. Lo que ya no compro es comida para perro, sacrificaron a la señora Moush hace unas semanas, ya no tengo un perro qué alimentar, hoy no tengo un perro que me espante la muerte. Y yo sigo aquí, escribiendo esta carta que tal vez no te importe; es más, como si no me hubieras dado --(usemos una palabra de moda en la televisión para sumarle ironía al hecho) "bastantes"-- muestras de que no te importa.

Pero yo sigo aquí, escribiendo palabras que se suman a renglones que hablan del miedo y de la ausencia, que hablan de tus pasos en una ciudad distinta a esta, que hablan de ti y de tu risa con el agua, que hablan de ti y de lo que yo soy sin ti si no me escribes una carta con manzanas.

Háblame de ti y de lo que piensas cuando entregas tu respiración a los cristales de las ventanas de los autobuses que caminan hacia el mar. Hoy, como diría Liliana en Colombia, tengo la malparidez cósmica atada a mis zapatos. Y sí, eso suena ontológicamente detestable, pero no puedo hacer nada, como tampoco puedo hacer mucho por las hojas que los árboles arrojan hacia el patio, no puedo hacer nada por la niña que llora en la calle porque su madre bromea con abandonarla.

Abre la ventana, háblame de las iglesias que se derrumban en tu infancia, o háblame de los caballos que se dirigen --cuando duermen-- hacia el mar.

Nunca creí necesario escribir una carta para despedirse de alguien, imaginaba que bastaba con tomar las camisas y guardarlas en una bolsa de plástico y salir tranquilamente por la ventana. Por cierto, perdóname por escribir con tus palabras, perdóname también por escribir con letras tan grandes, me cuesta trabajo --lo sabes-- mirar con claridad tan lejos del monitor.

Cuéntame, o ven para que contemos las hormigas que pretenden hacer habitables mis zapatos; ven, podríamos buscar nuestros sueños en películas, podriamos ver por la milquinienta vez "Léolo", aunque seguramente tú preferirías ver "El ladrón de orquídeas", podríamos comer ensalada; o, sencillamente, podría abrazarte para decirte, sin palabras, que me desperté con ganas de regalarte un río.

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