"[...] y que una nube de tu memoria [...]"
Ya sabes que es mejor envejecer donde un mojón cabecea,donde la belleza no significa absolutamente nada,o no significa juventud, senos, semen, pues el tiempo, en general, es en realidad todas las estaciones
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Joseph Brodsky
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«Tenemos el frío de los países sin playa», dijiste y comenzó la canción, afuera el viento nos impedía ver las casas que estaban apenas cruzando la calle. La tormenta de arena nos había prohibido salir a comprar café y pan para la cena.
«Tenemos el frío de los países sin playa», dijiste y comenzó la canción, afuera el viento nos impedía ver las casas que estaban apenas cruzando la calle. La tormenta de arena nos había prohibido salir a comprar café y pan para la cena.
Es preferible que haya tormenta, por lo menos no veremos soldados robando comida, no veremos soldados robando la fruta, no vendrán los soldados tras de nosotros para ver en dónde vivimos y por qué caminamos tan despacio.
Dices que es preferible caminar despacio, de otra manera los soldados podrían dispararnos. Afuera el humo, los pasos y la sangre de los que habían corrido para soñar otras mañanas. Afuera los pasos. Afuera los sueños. Afuera.
Cuando escuchábamos la canción me contaste de una amiga tuya, una cantante que gustaba vestirse de azul aunque era ciega; natural de Polonia, llegada ahí en marzo del año 1953 (un furgón de cuarta --de nombre «Wohllaut»-- y el viento la habían llevado a Buenos Aires). Una mujer con un número tatuado en la pierna y la melodía de una cicatriz en sus ojos. Te contaba sus recuerdos para escucharte llorar toda la tarde, en un tiempo le dio por recitarte poemas de Pierre Reverdy que recordaba de memoria: «Tout est nior / Les yeux se sont remplis d`un sombre désespior / On rit», sus ojos de gris amparo pedían y ofrecían azúcar al sueño.
«Hubiéramos comprado una cafetera», dijiste cuando hube terminado mi siesta, «mañana no habrá algo caliente para despertarnos». Yo, como quien ofrece una bicibleta para cruzar un lago, te dije: «Lo haremos un día, cuando no haya soldados».
Creo que la canción había terminado, fuiste a la biblioteca y tomaste «Le livre du partage» de Edmod Jabès, leiste en voz alta hasta que dieron las diez de la noche. A veces me da por recordarte así, como una canción que interpretara el desierto. Sé que no compraremos la cafetera, que en esta ciudad no sirven los semáforos, sé que la guitarra de tu hermana es un cementerio y que yo estoy perdiendo la vista como quien pierde la memoria, pero no importa; quizá, como tu amiga cantante, recuerde poemas que pueda decirte antes de dormir.
Recuerdo el desierto, el miedo de los niños cuando se acercaban los soldados; recuerdo el café, quizá en mi otra vida el café no tenga ese sabor de hospital, de sonda; o ese sabor que dejan los circos al marcharse.
No lo sé, tal vez se me ocurre esta carta, porque afuera alguien barre la calle --una anciana que no ha leído mi artículo de hoy en el periódico--, porque alguien --allá afuera-- borra mis pasos
e ignora mi amistad
....................con tus recuerdos.
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