viernes, junio 17, 2005

uno

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Mientras tú guardas en tu pecho de piedra

un corazón infame que ningún crimen hiere;

yo huyo con la mortaja de una obsesión de loco,

con miedo de morir cuando me duermo solo.

Stéphane Mallarmé

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Ahora que no tengo a quién escribirle cartas podría irme a pescar atunes, podría irme a pescar a Túnez. ¿Túnez tiene algo de mar? Porque atún es todo lo que como, mi dieta se conforma de aire, agua, un poco de atún y algo de letras. No tengo una fortuna, mi único tesoro se conforma de unas cuantas primeras ediciones; aunque quedan pocas, las he ido vendiendo para comprar croquetas para la loca que se come mis libros.
Ahora que no tengo a quien escribirle a una carta podría escribir un libro de barcos, podría decir que los niños apedrean mis ventanas; podría contar, sin temor a equivocarme, que nadie me espera en las estaciones de autobuses.
Ahora que nadie me escribe cartas podría dedicarme a ser superhéroe; podría poner una peluquería con un caramelo dando vueltas en la entrada; es más, me gustaría ser un monstruo en una película del Santo. Podría escribir oraciones, dibujar estuarios en las paredes de mi cuarto. Yo quiero un faro que cante con la niebla. Ordenaré, motivado por mi ociosidad, las piedras para llegar al patio; como en una inundación, haré un camino de palabras para llegar al parque, para subirse a los columpios.
Ahora que nadie me cuenta nada acerca de la niebla, escribo canciones de naufragios, me detengo en los ahogados, los resguardo del frío; cocino para ellos los atunes que tengo por reserva.
Ahora que no tengo a nadie a quien decirle “eres ese amanecer que se duermen deseando los pastores”, puedo salir a corretear palomas, como los perros, en el parque; en Jardin des Plantes, a tres cuadras de mi cuarto, caminado por rue Monge.

Ahora que nadie me escribe cartas podría comprar un caballo para llegar al frío. Podría (sencillamente) morirme, como siempre he deseado, lenta muy lentamente, soñando un país en medio de la nieve.

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é

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