lunes, febrero 07, 2005

Carta


para Laura Zaragoza


Algo hay que decir en favor de las ventanas. Algo hay que sentir por ellas, debemos remediar sus cicatrices con palabras, debemos curar sus golpes y estrellamientos con una canción que hable de países sin enfermos. Algo hay que decir para no llorar los sábados a las tres de la mañana. Debemos decir cosas buenas, cosas amables. Debemos cantar como los niños afuera de la escuela. Los enfermos dibujan rutas en las sábanas abandonadas. Cuando yo era niño, al salir de la escuela me subía a un árbol grande que había por ahí; era uno de esos que llaman pirul. Es un árbol que da unas flores parecidas a rojas espadas diminutas. No, no se me acuse de imitar a Cosimo Piovasco, quien decidió nunca bajar de los árboles en una novela de Italo Calvino. Escucho las risas de los niños abajo, escucho la lejanía de su risas; me observo jugando a ser la niebla que conocen tus rodillas. En tu cadera huele a pan de centeno, te pertenezco como un cristal por donde se mira la mañana: hablas en mi cuerpo tus palabras. Además del agua, además de lo que no tengo de silencio para escribir historias en donde alguien hable de instrumentos. Algo hay que decir en favor de las ventanas. Algo hay que decir, sí, para no dormir, para no dejar que despierte alguien en el rincón donde duerme nuestro miedo. Alianza de los guerreros que comparan tu nombre con la sal. Tu reino es un país donde los trenes no regresan, tu reino es mi espalda; el sexo de las mariposas que migran a causa de la lluvia. Tu país es mi lengua en donde hablas una oración para los sordos. Mi reino es el sabor que mi lengua guarda de tu piel. Alianza para los arqueros que tienen hambre, señora sin luto y sin victoria, en tu cadera las hormigas sueñan dibujar un reino.
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