jueves, julio 15, 2004

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Creces de la noche, te nutres de lo oscuro, tu vestido es una fiesta del olvido. En tu corazón crecen los higos y las flechas, eres un campamento enemigo acosado por la lluvia, en tu piel recuerda el aire su paisaje.
Hay días que amaneces hacia dentro, que el sol nace en tu respiración y contagia de luz a tus recuerdos, hay días, cuando la soledad escribe su nombre en tu cintura, en que te recuerdas desnuda, en que te piensas como una liebre perseguida por el frío.
Eres un campamento enemigo, eres una fogata en que se lavan las manos los que van a morir mañana, eres una lluvia dormida entre cuadernos.
Después de la tormenta, hay que escribirte una carta, hablarte de heridos y de balas, hay que escribir acerca de la fragata y de la muerte, de las manos de los niños, de las bolas de nieve con que apedrean tu silencio.
Eres la arena, eres la trinchera de mis soldados, la tormenta que habla de islas habitadas por dormidos.
Ayéleth te platica de sus manos, te escribe un cuento de adioses y delfines. Te cuenta la muerte de su padre, te detalla su pérdida; él cuidará su descanso, ella sentirá su respiración cando esté triste, pero ya no le contará de lluvias y de trenes.
En tu cuerpo despiertan las abejas, un circo se instala en tu descanso, cuando amanece, late una campana de hielo en tus cabellos. Un capitán recuerda su ruta por tus dedos, el color de tus ojos le asegura un temporal a la distancia. Eres el frío de los huérfanos que duermen con la ausencia. Eres el velero que olvidó su lluvia en otro mar de campanarios, eres una oración que pide por los muertos que han llorado mis ojos.
Óyeme latir como a los bosques que se nutren de tu invierno.
Esta ciudad debería ser tuya, deberías estar aquí y caminar como entre los árboles, tú serías el olor de varios años de madera; serías un taller para escribir las ramas a las aves. La cosecha sería una urgente tormenta de canciones, dormida escucharías la batalla de las gotas, en tu pelo crecerían los relámpagos, pero seguirías soñando con aserraderos, con frutas cortadas por descuido. Eres una fruta y te ofrezco una mañana como te podría ofrecer un río o una rama.
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