domingo, abril 17, 2005

carta para Yaya en Bogotá:

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Querétaro, Querétaro, lunes 18 de abril.
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En la sed de los rebaños que se dirigen hacia el mar, en tu cuerpo que es el mío cuando escribo. En los niños que gritan nombres en los parques, en la ruta que escriben los ejércitos en medio de la nieve. En lo que cambia de los parques cuando es viernes. En los domingos y en las fiestas. En la condena impuesta a los ladrones de veleros. En tu cuerpo que canta con el mío. Tu sexo determina la ruta de las migraciones, y anuncia a los marineros la tormenta.
Te encuentro en la soledad de los niños que suben a su puesto de vigía, en azoteas vacías, en puertos devastados por la guerra. En los niños que cambian una flauta por la noche. En los niños que han llorado con nosotros un naufragio.
Yaya: juego a ser mago, escribo mapas y robo las lámparas de los vecinos. Te escribo cartas en que digo nueces o mercados. Te escribo frutas en los cuadernos de la infancia.
Ven, toca algo de Satié para mí; o despierta, conmigo, a los que se han quedado dormidos en las esquinas. Ven, comeremos ciruelas e iremos a comprar chimbos después de la tormenta. Encuentro niños y pájaros bajo la cama, los barro cuando es viernes, pero otras veces los perdono; los coloco junto al televisor, les hablo de ti para que me dibujen faros. Otras veces los niños toman por asalto mis palabras, las incendian, juegan con mis zapatos, los mojan, los queman como se quema la ropa de los muertos. Pero no estoy muerto, sólo imagino que tocas el piano para mí. Tampoco tengo fiebre, ni sueño, ni una cama cómoda; tampoco algo nutritivo qué comer. No sé nadar y, mucho menos, sé conducir un automóvil. No tengo fiebre, y aunque tuviera, sé que el sabor de tu cuerpo es el mejor remedio.
Encuentro tu ausencia en mis rodillas, en mi piel, en los gritos de la vecina que me pide que baje el volumen porque su gato duerme, porque su gato es Gilbert, porque su gato es una escoba que camina, paso a pasito, hasta esta carta. Su gato es una escalera para encontrar el pan en la casa del abuelo. Mi abuelo no se llamaba Gilbert, pero un día dijo que haría un viaje muy largo, se lo dijo a mi abuela con toda seriedad. Elena no te pongas triste y déjame aquí sentado, quiero descansar; más tarde tendré que caminar lejos, muy lejos.
Encuentro gatos en los juguetes que mis amigos me regalan, también hay piedras y ríos; incluso una montaña. Mi padre me hablaba de la niebla cuando yo era niño, hablaba de ella como se habla de un familiar que se ha ido a un largo viaje, hablaba de ella con la tristeza de quien ha perdido a su caballo. Él creció con la niebla, yo sólo puedo recordarla cuando escribo. Encuentro ríos en tu risa y escribo, porque sería bueno que estuvieras aquí para decirme algo, podrías sugerirme, por ejemplo, un buen final para esta carta.
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