domingo, marzo 06, 2005

Carta sin domingo


Debe ser que alguien enterró un cuchillo en el desierto y entonces no hay palabras para sanar enfermos o no hay palabras para imaginar caminos hacia el lugar en donde duermes. Debe ser porque en la calle han muerto tres perros, porque los padres emigraron hacia un país distinto para trabajar, debe ser que los relámpagos han descompuesto los televisores y no hay más distracción que leer periódicos atrasados. Debe ser que no quedan más números qué marcar en la agenda y entonces es preciso gritar, arañar las ventanas para que alguien nos escuche.
Mañana pediré prestado un trineo para ir a visitarte. Cazaré los barcos que se acercan a pescar en tu ausencia.
Debe ser que los pájaros emigran aunque no es tiempo de frío, que en tu piel despiertan alegres los rebaños, que el pájaro de agua ya no anuncia la tormenta y los niños hablan de sus mascotas en los salones de clases. Escribo aunque digas que esta carta no es tuya, escribo aunque digas que no escribo, que guardo silencio con los trenes y despierto tarde para ir a trabajar, en tus sueños mi oficio es fogonero, alimento las máquinas para que puedan visitarte en primavera; un día mandaré esta carta en el correo de las siete, entonces podrás contarme en tu respuesta que llovía, que habías cocinado pescado y el olor había atraído a los trabajadores de una mina cercana.
Debe ser que las hormigas no salen porque llueve, debe ser que se dedican a aliviar las goteras en establos inundados. Debe ser que un paisaje de manzanas crece con tus párpados.
El abuelo está enfermo y mi padre, también enfermo, habla tres veces a la semana para saber qué ocurre, yo le digo las pobres noticias que tengo y creo que se preocupa más; no oye la música que me ayuda a escribir esta carta. Siempre escucho, lo sabes, las canciones que él escuchaba en mi infancia; mis cartas, a veces, no son más que una consecuencia de esos años. Mis palabras son el camino de regreso a un lugar del alma donde mi padre desayunaba a las cinco de la mañana para irse a trabajar. Sí, debe ser que estoy triste porque en realidad todos estamos pendejamente tristes en esta casa. Lo anterior me molesta porque yo debería ofrecer otro consuelo, y no imaginar pendejas cartas para llorar.
Te envío postales desde países con iglesias habitadas por ladrones. En los ratos que ando ocioso te escribo cartas desde hospitales donde muchachas se despiden tristemente de su madre. En días con más sol, me despierto temprano --yo que nada tengo de madrugador-- para esperarte en estaciones de autobuses, entonces el día es bueno para caminar ciertas calles, para tomar helado junto a las palomas o ver películas francesas. Hasta siempre.
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