miércoles, marzo 09, 2005

Egyptian bells are ringing

Porque en tus sueños los caballos corren hacia una ciudad sin puentes. Cuando en tu piel --recuerdas--, hacía tiempo de aves, cuando en tu cuerpo el día despertaba; un tiempo en que dormir junto a ti era parecido a una tormenta de instrumentos. Cierra los ojos, enciende la luz de una habitación en donde una niña llora, enciende la luz porque no está lloviendo o porque en tu sueño los caballos corren hacia un abismo. Cierra los ojos, enciende un libro, ábrelo en la página que nos enseñe su mejor dibujo. Hubo un tiempo, cuando todos los amigos salíamos a recorrer las librerías de viejo, era bello el momento de encontrarte con un libro que deseabas, podría ser alguno --inconseguible-- de María Baranda o de Guillermo Samperio, aunque de vez en cuando caía algo más improbable como De lunes todo el año de Fabio Morábito, y si tenías un poco de suerte, quizá Alianza de los reinos de Jorge Esquinca. Era el tiempo en que leer poesía era el alivio a las tormentas del mundo, recuerdo esto porque mi sobrina, que no terminó la tarea, llora y me pregunta de qué habla el libro que está sobre la mesa. Ella pregunta desde el llanto, pregunta desde un lugar donde la tristeza se convierte en palabras. Te cuento esto porque hoy amanecí en una cama distinta, porque tu canción ha sonado treinta veces, porque la ciudad donde te encuentro está en mis sueños, porque ese momento es incomparable, porque ese momento ahora vive en mí, en lo pobre diablo que soy y que voy a seguir siendo hasta que tus ojos se miren --de nuevo-- en los míos. Pero, sigamos cantando: cierra los ojos, en tu sueño los soldados apuntan sus armas hacia el suelo, en tu sueño los heridos escriben cartas a sus esposas o se enteran que sus hijos han ganado un concurso de poesía. Porque has de saber que tus hijos leerán poesía como su padre que ahora imagina esta pendeja carta para que sonrías; ¿por qué?, no lo sé, quizá porque ya no estoy junto a ti, porque hoy no abriste mi puerta o no me dijiste buenos días. Y yo estoy aquí, triste porque me hubiera gustado abrazarte porque me acordé de cuando íbamos a buscar libros a los cementerios, o porque escucho cómo mi sobrina llora por las matemáticas no aprendidas; porque tu canción ha sonado treinta y cinco veces y no estás aquí para decirte que estamos en una ciudad donde llueve o donde los turistas preguntan en japonés a los meseros. Cagarnos de risa porque no comprendimos nada y es hora de encender la luz en nuestro cuarto, cerrar las cortinas que anuncian otros campanarios. Es hora de no dejar a dormir a los gringos de a lado porque hacemos el amor, es hora de encender la chimenea que no existe, es hora de quitarse los zapatos e imaginar que alguien, en otra parte del mundo, imagina una carta por nosotros. Hasta siempre.
Image hosted by Photobucket.com