viernes, junio 24, 2005

breve inundación en viernes

Lo intentamos varias veces sin ningún resultado. Las demostradoras de cereal nos gritaban desde otro lado de la tienda. Navegamos. No vayas en viernes a comprar cereal, mucho menos si amenaza una tormenta.
Al principio no había inundación, tampoco un arca imaginaria navegando por los panes. Todo se reducía a goteras en distintos puntos de la tienda y nadie le dio mayor importancia; salvo unas señoras que se quejaban porque no podían entrar al pasillo de refrigeradores. Pero la lluvia creció y el agua empezó a subir dramáticamente, entonces los empleados de limpieza se coordinaban apresuradamente para sacar el agua. Después de un tiempo los botes de basura resultaron insuficientes, las goteras vencieron el techo. Naufragamos.
Cuando la mujer que menciona las ofertas sugirió que evacuáramos la tienda, era tarde, el área de cajas era una ruina, el agua subía; alguien tuvo a bien decirnos que por el área de niños, es decir, al fondo de la tienda, estaba despejado. El agua nos llegaba a la cintura, todavía pudimos conducirnos sin complicaciones hasta allá. El pánico creció cuando el agua llegó a la sección de pescados, por un momento los camarones y las truchas recobraron su libertad; nadaban entre los pasillos algo lastimados por el hielo.
La inundación no impidió que algunas personas se atrincheraran en la sección de vinos y licores. Los vigilantes, más ocupados en remediar goteras, no regañaron a los que bebían botellas al tiempo que crecía la inundación. Querían morir ahogados.
Cuando llueve en la Ciudad de México todo se hace más lento, es como si la maquinaria de la ciudad se resintiera. Mala idea la mía de ir a comprar pan árabe.
La mujer que dice las ofertas anunció que vendrían los bomberos a rescatarnos, pasaron quince minutos, treinta, una hora y no llegaban; seguramente ellos se encargaban de destapar coladeras en otras partes de la ciudad. Seguramente cuando alguien les dijo que Walt Mart se había inundado, pensaron que era un problema mínimo. Debe ser, a nadie se le ocurriría que un centro comercial pudiera convertirse en alberca.
Un hombre me decía que su mujer no le creería lo de la inundación. Cierto, a mí tampoco nadie me creerá. Dirán: pinche édgar enloqueció desde que Liliana ya no lo ama. Una mujer lloraba porque no sabía en dónde andaban sus dos hijos. Para este momento, como el agua había aumentado, subimos a unos anaqueles y pudimos mirar por completo el desastre. La señora pudo mirar a sus hijos, trepados como nosotros, en otro anaquel, pero en el área de juguetes, como a dos cientos metros.
Nunca faltan héroes en las inundaciones, alguien tuvo la idea de nadar hasta el departamento de artículos deportivos, infló una alberca, en esa nos conducimos por la tienda. Otros héroes tardíos hicieron lo propio. Al principio de la aventura chocábamos por todos lados, no lográbamos acoplarnos al movimiento de la balsa improvisada. Pero al cabo de una hora de intentos, logramos acercarnos a la puerta. Entonces advertí que no llevaba mi pan árabe. Decirle a la tripulación que regresáramos no habría sido una buena idea.
Deseo que mañana no llueva para regresar por él.
.
é

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Jejejej
En verdad está excelente tu cuento :)
Bueno para estas fechas de lluvias torrenciales en México....

Saludos

7:05 a.m.  

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