martes, agosto 30, 2005

pasos

Para decir tu nombre con qué, ¿con un barco, una muchacha? ¿Serán lo mismo un barco y una muchacha? Lent et triste, escribo un camino hacia el invierno, me detengo en el cambio de ruta hacia tus ojos.
Cuando escribo escucho tus pasos en el piso de arriba, sé si estás bailando, sé si has salido del baño y pisas con suavidad para contrarrestar el frío del piso. Sé si abres la ventana, si miras hacia el parque para cuidar a tu hijo que repite, como yo, el mismo camino; él en su bicicleta, yo en tus ojos, siempre en tus ojos; porque estar en tus ojos es lo más cercano a la victoria, a la mañana. La victoria, en efecto, se parece a la mañana.
Sé cuando despiertas, cuando preparas el desayuno; aunque esto es más obvio pues el escándalo de tu licuadora despierta a los vecinos tres cuadras a la redonda. Sé cuando estás dormida, en esos momentos yo dibujo tu cuerpo con mis dedos, estás en mi cama sin sospecharlo. Cuando abres los ojos me aseguro de que ya estés en tu cuarto, sería hermoso ver tu sorpresa al despertar en un cuarto que no es el tuyo y, lo que es mejor (para mí), con alguien que apenas saludas en el elevador; pero prefiero verte dormir, cuando tu respiración me sugiere que pronto despertarás, entonces te devuelvo a tu sitio, vuelves a tu cama. Sé de memoria tu itinerario, los pasos que das hacia la ventana, hacia la cocina; cuando llevas a tu hijo a la escuela sé que pasarán entre veinte y treinta minutos hasta que regreses.

No lo sospechas, pero entro a tu cuarto una vez que has salido hacia la escuela, colecciono los cabellos que has dejado en la almohada, en el jabón de baño, respiro el olor que hay en tu cama.
Tampoco lo sabes, pero espero a que llegues de la calle para escuchar tus pasos, para escribir mi historia a partir de tus movimientos, si bailas, si haces ejercicio, si recibes una llamada.
No lo sabes, pero cada uno de tus pasos me pertenece.
Image hosted by Photobucket.com