jueves, septiembre 22, 2005

carta

Mi mujer detesta los ascensores pero escribe en los espejos las fechas importantes. Arregla sus uñas los viernes, olvida el baño los domingos, toma por asalto la televisión porque transmiten “Los amantes del círculo polar”; llora y se despierta a media noche para preguntarme hacia dónde corren las niñas.
Conduce en autopistas que llevan a los hoteles que un día habitaremos, me habla de las enfermedades que cura con sus manos, me dice de un mundo ajeno a la tristeza; olvida dejar propina. Pelea con los vendedores de fruta, regatea el precio de un ventilador. Me besa antes de dormir y se disfraza de alguacil para habitar mis sueños.
Mi mujer anda desnuda por la casa, prefiere los manteles amarillos y las vacas con forma de relojes. Prefiere las pinturas que hablan de rebaños y tormentas, no hace preguntas de la nieve, ni de muelles donde los pescadores regresan a casa.
Mi mujer organiza una fiesta en mi espalda, instala un circo de tres carpas, una cocina pública para todo el vecindario. Mi mujer dice que está sola, que nadie la comprende, que es horrible despertar sola entre semana pero no quiere adoptar un perro. Se divierte con mis manos, juega con ellas a hacer banderas, luego las vende en los mercados cercanos a la casa. Mi mujer canta con las redes de los pescadores, se prueba miles de zapatos en las tiendas, miles de sombreros, miles de vestidos. Abre la jaulas, libera a los pájaros presos; habla de los delfines como si hablara de un país lejano. Mi mujer es una espada, una fuente, un hormiguero, una manzana. Mi mujer es una carta que alguien recibe en sus sueños, es una madrugada en un país de nieve, es un trineo para llegar al médico antes de la muerte; mi mujer cocina papas cuando regresa del trabajo y duerme desnuda entre mis brazos.
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