martes, junio 29, 2004

Oficio de trineo

Esta semana hablas a los caballos que duermen con las lámparas. La mañana te entrega una ventana en el fondo del mar, pero seguramente preferirías una con vista hacia el abismo, una mirada menos triste hacia la tarde. Despierta con los niños que arrojan nueces a los vagabundos.
Las becas son mecenas de este tiempo, una de las pocas posibilidades para dedicarte a construir un manual para sobrevivir a la tormenta. Pienso en los mecenas de otro tiempo e irremediablemente mis palabras nombran a Ernst Zimmer, el carpintero que dio alojamiento a Friederich Hölderlin en los días de oscuridad de su locura; pienso en los muebles, hechos por su propia mano, con los que acondicionó un pequeño cuarto para que el autor de Hiperión descansara; pienso en la paciencia para escuchar los acordes cojos que Scardanelli --no ya Hölderlin-- tocaba en un piano al que le había amputado cuerdas.
Pienso en todas las personas que ayudaron a Reiner Maria Rilke, pienso en Lou Andreas Salomé despertando una mañana para encontrar la Canción de amor y muerte del Alferez Christoph Rilke. Y creo que podría continuar nombrando a muchos mecenas, incluyendo a otros que trabajan para proveer al poeta que son, pero que disfrazan con un seudónimo.
Pienso en las cartas pendejas con las que nunca te diré algo.
Pero no sé por qué te hablo de esto, quizá porque estoy un poco triste o porque hace calor y los niños de la calle me invitan a jugar fútbol. Siempre he sido portero, pero ahora quiero esquivar niños, como si descendiera una montaña nevada, para anotar un gol. Yo siempre he deseado un oficio sencillo, siempre he querido ser un Vetriccioli, un traductor de fórmulas químicas, un Pedro Orce con oficio de sismógrafo humano. Siempre he querido salvar al mundo pero sin alzar la voz, sin tener que pronunciar una palabra para construir un aeroplano.
Pienso en este oficio de soñar que tengo, en tu manera de caminar entre los rieles y en una vaquita (¡mu!) llamándonos desde la infancia. Es más, imagino un oficio para morir sencillamente "como el pájaro de los campos que un día, sin que nadie se entere, deja de cantar", lo anterior, lo sabes, según Hans Christian Handersen.


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