martes, junio 29, 2004

Carta por las cartas que llegan del desierto

Eleva los puentes, imagina en tu guitarra la mañana. Eleva los puentes, protege un territorio de manzanas con tu cuerpo. Depón las armas por un cielo que presagie temporales. Invita a los soldados muertos a la mesa, conversa con ellos acerca de países oscuros, ciudades terribles protegidas por enfermos. Despide los barcos que zarpan de tu sueño, dile adiós a los días en que una niña columpiaba su tristeza. Háblame de ti, pronuncia mi cuerpo con un beso y cantemos, si quieres, porque los niños pintan tu nombre en la pared de enfrente.
Alivia rebaños con el descanso que ofrece tu cadera.
Ordena a los arqueros que cuiden tus ventanas. Háblame de la ciudad que, al estar con tus amantes, pronuncias con gemidos.
¿Alguien recuerda lo que sigue en esta carta?, he olvidado los jardines y los árboles heridos por tormentas; en la calle, creo haberlo dicho antes, miles de niños lloran porque duermes; juran haber visto en tus ojos la tormenta.
Ordena a los ejércitos que hagan la niebla con su canto, duerme mientras los niños, en la calle, siguen rayando el cielo con sus pájaros. Anuncia a marineros el fin de la tormenta, despierta los caballos con la promesa de una fiesta en las iglesias; descúbrete desnuda entre los barcos.
Escucha en mis labios el final de la guerra, los ejércitos regresarán a casa en una mañana anunciada por tu cuerpo. Encuentra en mi lengua un río que camina hacia el invierno y regálame una hoja de plátano de un parque, regálame un picaporte ganado en una apuesta, vuelve a mi celda de vez en cuando, regálame el sabor que nace entre tus piernas y cura la fiebre a los ahogados, háblame de los barcos que han muerto sin llamarnos; y a la mañana siguiente, cuando leas en tu cuerpo estas palabras, regálame la muerte con un beso.
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