domingo, julio 03, 2005

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Querida Tantriste:
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Encontré una carta en donde me cuentas de un lugar, me dices que: “Es la ciudad a donde van los calcetines perdidos que no encuentras cuando amanece”. Me gusta cuando dices: “también se mudan allí las simples cosas que olvidamos que tuvimos”. Te cuento que a tu ciudad se han mudado muchas de mis cosas, siempre pierdo todo. He perdido algunos trenes, quizá ahora escriben otra ruta en tus cuadernos; perdí un Cántaro, ahora lo más probable es que ahorre agua en tu silencio.
Pensaba en tu carta, querida Tantriste, pensaba en los trenes que nunca te traen a este lugar. En las cartas que te escribo es otoño, siempre te dibujo vestida de vagamundo en los restaurantes, entonces hablamos de los viajes probables mientras, en otras mesas, la gente comenta las últimas noticias deportivas.
A veces todavía vienes a contarme de Beethoven, a veces todavía te espero en las estaciones de autobuses; a veces todavía lloras cuando escucho el Réquiem de Mozart. Hay cosas que me gustaría encontrar en tu ciudad. Quiero encontrar la niebla que vive en la casa del abuelo, un cementerio, un camino para llegar al río; quiero encontrar una ciudad, un Cántaro, una Biblia, un reloj que marque la hora del lugar en donde duermes. Tu ciudad existe en mis palabras, en tu silencio, en tu ausencia. Es una pena que ningún autobús pueda llevarnos.
Pero, aunque ningún autobús nos lleve a tu lugar, hoy te escribí esto que no es una carta. Pero aunque nunca podamos ir juntos a la ciudad que dices, quizá podamos elegir otros lugares con un clima más amable; yo sugiero que no haya mosquitos. Y propongo, para terminar, que esa ciudad tenga un río donde podamos ir a buscar chaneques. Hasta siempre.
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