para Laurita Zaragoza
i) Los relojes no dicen nada de la espera, nada de despertar sin ti o de dibujar en las paredes de mi cuarto un país para tus gatos. Pero si no hay alivio en los paseos ni en los trenes que regresan, tampoco puede haberlo en los tres pasos que me conducen de la cama a la ventana. Te espero.
Dices un país en la sombra. Pronuncio tu cadera con los viernes; los niños, en la calle, hablan de huir de la casa de sus padres. Tampoco hay campanarios bajo el agua, ni siquiera mapas que me lleven al lugar donde respiras.
En los noticiarios discuten una teoría para aprender a cerrar una ventana; no hay calma, mucho menos alivio en los paseos que oriento hacia tu sombra. Apuesto a los enfermos mi reloj, no lo necesito; en realidad necesito una banca para dormir en el parque, necesito un árbol mordido de manzana. En realidad necesito tu cuerpo junto al mío. Miento a los espejos si sonrío, si digo que despiertas a las nueve y preguntas si ha llovido; miento a los despertadores porque en realidad sigo soñando que regresas.
ii) Me pregunto qué ocurriría si por la calle pasara una jirafa, imagino la sorpresa de los vecinos, presiento su enojo; la seguirían con la mirada hasta que hubiera llegado a la esquina para dirigirse a otra colonia (donde hubiera sido contratada para sorprender a más vecinos). ¿Por qué no ocurre lo mismo cuando llega un circo? Casi todo el mundo se conduce con indiferencia cuando un circo llega a la colonia, algunos lo notan sólo porque tienen que desviarse de su camino habitual porque una calle está obstruida.
iii) Protegido por su sueño, Señora, me detengo sobre los abismos; digo su nombre a los enfermos y despiertan.
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