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Soñé a tu padre. Me hablaba de un lugar lejano, un lugar a donde has ido a dormir cuando estás triste. Acompañado por un perro, me guiaba por los caminos más amables; me contó de tu infancia, me dijo las canciones que te hacen dormir y el nombre que dices cuando la mañana te despierta. Abres el refrigerador para cerciorarte que todo está en orden en el polo norte; quisieras un trineo y un ovejero, una bufanda y un mapa que guíe las tormentas. Tu padre sabe de las frutas y las lluvias, sabe el lugar donde caerán y la ruta que prefieren los caballos.
Entonces te imagino sentada en una banca mirando a los niños que juegan en los parques; pasan las bicicletas y es jueves, para ti siempre es jueves. Imagino tu risa con los niños y digo un nombre para invocar tu nombre en esta mesa. Son las doce, es la hora de tu almuerzo; entonces pido que te sirvan aunque no estés, aunque en la calle los manifestantes pidan un aumento de sueldo; aunque no estés y esta ciudad se haya convertido en un desierto a causa de tu ausencia.
Nos reímos del malhumor que te causa el calor, los zapatos apretados, las chamarras rosas, la falta de puntualidad; mientras hablábamos, su perro ladraba a los ciclistas, a veces los perseguía un largo trecho, después regresaba con la felicidad de habernos defendido de un naufragio.
Entonces te imagino enojada por la política, por el tumulto en el Tansmilenio; pienso en tu risa cuando es jueves, como hoy, y me he dedicado, todo el día, a tocar puertas. Ya no leo en el transporte público, me entretengo platicando con la gente acerca del clima, de los animales domésticos; incluso, algunas veces, me dictan una receta de cocina. Sin embargo, yo sé que ya no temes a los puentes peatonales, ni a las escaleras en los edificios de siete pisos.
Anoche soñé a tu padre y hablamos largas horas de tu risa, de la felicidad que te provocan los viajes y los circos; al final, me regaló una fecha y una lámpara. Se despidió diciendo adiós con su mano y se fue con su perro, quizá siguiendo la migración de las parvadas.
Entonces te imagino sentada en una banca mirando a los niños que juegan en los parques; pasan las bicicletas y es jueves, para ti siempre es jueves. Imagino tu risa con los niños y digo un nombre para invocar tu nombre en esta mesa. Son las doce, es la hora de tu almuerzo; entonces pido que te sirvan aunque no estés, aunque en la calle los manifestantes pidan un aumento de sueldo; aunque no estés y esta ciudad se haya convertido en un desierto a causa de tu ausencia.
Nos reímos del malhumor que te causa el calor, los zapatos apretados, las chamarras rosas, la falta de puntualidad; mientras hablábamos, su perro ladraba a los ciclistas, a veces los perseguía un largo trecho, después regresaba con la felicidad de habernos defendido de un naufragio.
Entonces te imagino enojada por la política, por el tumulto en el Tansmilenio; pienso en tu risa cuando es jueves, como hoy, y me he dedicado, todo el día, a tocar puertas. Ya no leo en el transporte público, me entretengo platicando con la gente acerca del clima, de los animales domésticos; incluso, algunas veces, me dictan una receta de cocina. Sin embargo, yo sé que ya no temes a los puentes peatonales, ni a las escaleras en los edificios de siete pisos.
Anoche soñé a tu padre y hablamos largas horas de tu risa, de la felicidad que te provocan los viajes y los circos; al final, me regaló una fecha y una lámpara. Se despidió diciendo adiós con su mano y se fue con su perro, quizá siguiendo la migración de las parvadas.
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