viernes, julio 02, 2004

"Mi chinita ya me espera en una calle de Juárez"

La hija más pequeña de mi hermana dibuja gatos y yo la miro, me gustaría escribir esta carta en su cuaderno, me gustaría imitar con mis palabras los dibujos que imagina; por cierto, creo que a veces yo también escribo gatos. Aunque también escribo ventanas y raíces, escribo tu cuerpo y pronuncio campanas para amanecer junto a tu piel. Qué me despierten los ahogados, yo quiero que me despierten en tu pelo. Te ayudo a pensar un nuevo nombre para los libros que no has escrito; o si quires nos quedamos callados hasta que el tren haya terminado de pasar. Escribo con las ventanas abiertas y a veces, cuando llueve, me dedico a tomar fotografías de la humedad que crece con los libros. Prométeme una fiesta de cumpleaños en tus sueños, faltan quince días para mi cumpleaños y yo quiero que me regales un tren que recorra la ruta de tus labios. Hablabas de Humbert Humbert y fumabas, yo construía un planeador para irnos a una isla sin princesas, hablabas de una canción de cuna para los muertos. Cantabas.
Yo intento esta carta como una respuesta a tus palabras, yo intento esta pendeja carta para que sueñes algo distinto, algo parecido a una tormenta en el desierto. Alguien me llama por la ventana y yo le ofrezco el silencio que encuentro en tus cartas, yo le ofrezco las respuestas sin palabras que a veces me regalas. Le ofrezco, para hablar con sinceridad, tu indiferencia.
Esto no es una carta, es un salto al vacío. Pero yo, obstinado, mañana vendré de nuevo a intentarlo, a mirarte, como si no te hubiera mirado tantas veces, hablándome del frío en la Plaza de los platitos en Querétaro.
Cantemos "Canciones desde el segundo piso", leamos un poema de César Vallejo al principio de una película que nos recuerde, hay que llorar con la mujer que canta enmedio de la calle su "rola de amor", guardemos el equipaje para el viernes, guardemos en un frasco las luciérnagas que atraparon nuestros padres, guardemos la cámara fotográfica, los lápices, un kilo de guayabas, dos duraznos y condones; guardemos los libros de viaje, libros para soportar el vuelo, es más, hay que llevarnos "Altazor" por si el avión se complica y hay que abandonarlo desde el cielo. Hay que llevar La vida breve de Juan Carlos Onetti para deprimir al piloto y a los sobrecargos, hay que llevar a Onetti para que llueva; es más, Ciudad Juárez me parece un lugar tan gris como Santa María, que no es la Santa María del Circo de Toscana, porque de otra manera, podríamos entretenernos con la tristeza de un circo y aplaudir por una función en que nosotros, dormidos, escuchemos un concierto de campanas.
Alguna vez, recuerdo haberle preguntado a David Toscana acerca de la frustración de sus personajes, él mencionó algo de que quien escribe es un pequeño Dios que maltrata o premia a sus personajes. Ahora pienso en mí, pequeño personaje de estas palabras, pienso si me maltrato o me premio con un libro de relámpagos. Y yo, pequeño personaje de esta carta, que recuerdo cosas que debería olvidar, recuerdo una frase de Estación Tula en que leemos: "¿Por qué no ha de ser una vieja piel seca y gruesa, de mentón velludo y una voz amarga que grite chocolates, chocolates como quien grita mentadas de madre a los peatones?" Ahora pienso en la imagen obscena, porque no podría ser representada, de nosotros dos gritándoles mentadas de madre a los peatones, ¡imagínate la situación!, nosotros corriendo para escondernos de los gritos, nosotros corriendo para escapar de las ciudades y los circos que leemos para tener algo qué decir. Pienso en nosotros, amigos en el cuerpo y el aroma, escondidos en un café, mientras los peatones nos buscan en anuncios de cerveza. Ahora pienso en una ciudad que se murió esperando el tren, ahora pienso en mí, pequeño personaje de tus cartas; podrido como un partido de futbol sin goles, esperando el país de tus pestañas, dormido con los rieles.
Pero ya mejor me callo, yo sólo quiero llegar con vida a Ciudad Juárez, sin la penosa necesidad, de que acausa del naufragio del avión, tenga que abrir mi libro de Huidobro. Yo sólo quiero humildemente terminar de escribirte esta carta. Yo sólo quiero irme tranquilamente a pescar y usar mis zapatos como anzuelo. Hasta siempre.

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