viernes, julio 02, 2004

Carta de Gabriela Aguirre Sánchez desde el desierto

Le dije a Martín que yo regaría el jardín mañana temprano. Los girasoles crecen más allá de la reja, como para decirnos que es julio. En Querétaro septiembre es el mes de los girasoles impares, de los baldíos atravesando la ciudad de amarillo. Aquí el sol es un sol que no pasa nunca, y las flores del desierto crecen con ese sol, con el eco del agua, con lo que de mar dejó el mar en estas tierras. Pienso entonces en este cuerpo que vive también con el eco de las cosas, de tu cuerpo junto al mío, por ejemplo. Vivo con la efervescencia de conversaciones entre la vigilia y el sueño, entre una mañana que crecía del otro lado de la cama y un canto en un idioma de fiebre y medicamentos para dormir. Acompáñame al baño a media noche con el frío de tu ciudad y la añoranza del desierto. Acompáñame a escribir en los vagones del metro una carta para que la lean los niños enfermos y sonrían. O, por lo menos, vamos caminando a buscar un cigarrero a la esquina de alguna calle de Juárez. Porque son las once y media casi, y tengo ganas de fumar.

Gabriela
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