jueves, julio 01, 2004

Carta con crepas frente a Shirley Coria

Escribirte una carta desde este lugar en el que quizá hayas estado. Escribir para ti esta tarde en que los niños que juegan a mi alrededor, recuerdan canciones con letras que hablan del miedo. Escribir aquí, contigo, porque las palabras te inventan un cuerpo y hablan de ti como una estación nublaba. Los niños participan en el silencio de esta carta, encuentran en estas palabras una estación para dormir tus trenes.
Y qué te cuento, amanecimos a menos diez grados, faltan alimentos y es preferible mirar el día desde la cama; o inventar otro, ya sea en la imaginación o en el cuerpo de alguien.
Un taxi de papel y la carta en que me hablas de dibujos y de faros. Los niños nos protegen de tormentas anteriores e interiores. Arqueros del frío en la batalla, perdemos a nuestros mejores hombres en tus manos.
Escríbeme una carta para que mejore el clima, dime que un bosque crece en ti, que una música de campanario interpreta los juegos en tu infancia. Hace frío, lo sabes porque cuando hace frío escribo más lento, mis palabras se convierten en un animal que hiberna; en una semilla que se refugia en el sueño.
Escríbeme una carta, háblame de una tormenta de arena; o sólo dime que tus alumnos ríen porque me gusta escribirte cuando duermo. Dime a dónde irá el agua cuando el deshielo nos visite, escríbeme, necesito pensar en un lago, para variar, congelado, como aquel que describe Holden Caufield. También escribe un campo de centeno, erígete guardiana de las cosechas y las fresas. Convénceme de mirar en el cielo las estrellas que has contado, háblame del humo, de la soledad; de los naufragios que escribes en cuadernos.
Háblame con tu lenguaje de agua y,
si te queda un segundo,
escribe un barco.
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