lunes, abril 17, 2006

José Emilio Pacheco: Dos sencillas palabras

¿Hasta dónde llegaremos en la degradación y el envilecimiento de México? ¿Por qué hemos tolerado este descenso plural a los abismos? Hago cualquier cosa por Elena Poniatowska, pero ella no necesita que la defienda: su obra misma es la mejor defensa. A Manuel Espino no le hacen ninguna falta mis ataques: sus propias palabras son su más cruel autorretrato y la crítica más devastadora de él mismo contra sí mismo.No me explico en qué forma Espino se dice representante de un partido que fundó Manuel Gómez Morín. No sé cómo los panistas toleran que pretenda hablar en nombre de ellos. Imaginemos el porvenir de México si un personaje como Espino llegara a un puesto de poder.La política fue inventada para civilizar la discordia. ¿Queremos regresarla a la edad cavernaria del garrote y la lucha de todos contra todos? Si no se detiene ahora mismo la violencia verbal que arrasa a México, el próximo paso inevitable será la violencia a secas, la violencia sin adjetivos. Tal parece que estamos empeñados en acabar con todo lo que se logró mediante inmensos esfuerzos y sacrificios humanos y en sustituir nuestra precaria democracia por el horror de una Bosnia mexicana.El término intelectual se inventó en la Francia de 1898 para referirse a los que se atrevieron a defender al capitán Dreyfus, acusado de traición a la patria, injustamente como se comprobó después. Intelectual, dice Gabriel Zaid, es el escritor, el científico o el artista que asume una posición pública frente a un problema específico.Su primer y máximo ejemplo fue Emile Zolá que pagó con la vida su valentía. ¿Quiénes se alzaban contra los intelectuales del affaire Dreyfus? Precisamente aquellos que no tardarían en producir el Holocausto, el desastre de Francia, de Alemania y el mundo entero.No deseo que haya muertos de ningún bando en México. Tampoco quiero que continuemos en el pantano que nos mancha a todos. Una vez más doy las gracias a Elena Poniatowska porque sin proponérselo nos ha revelado quiénes somos y en dónde estamos. A Espino y a sus compañeros de El Yunque les recuerdo dos sencillas palabras: No Pasarán.

José Emilio Pacheco: "Dos sencillas palabras", en Proceso, (1537) Abril de 2006.

lunes, abril 03, 2006

carta


11:29 Me he aprendido de memoria las palabras dictadas por tu silencio. A veces sólo recuerdo a una mujer que compraba un paraguas en una canción de otro tiempo; a veces sólo crece algo de niebla en la casa del abuelo, en la guitarra con que él esperaba la muerte. A veces los anuncios televisivos dictan las palabras necesarias para enfermar; aunque, las más de las veces, nos sugieren los pasos que debemos dar antes de ir dormir; o la cantidad exacta de latidos para que nuestro corazón pueda conservarse saludable. Aunque, qué es de la salud de tus pestañas.

12:10 Construyo un móvil para cuando haga viento. Entonces los niños podrán acercarse a mirarlo, y uno que otro sentirá envidia; regresará a su casa para pedir a su padre que le consiga uno parecido.

13:13 Despierta con los gatos que no soportan el olor de la manzanilla; despierta con los enfermos que no podrán tener un perro; despierta junto a mi cuerpo en los vagones donde los migrantes viajan hacinados hacia el norte.

14:02 Me he aprendido de memoria las palabras que dictas mientras duermes. Alguien en la calle despierta a pedradas a sus amigos para ir a bailar. Yo investigo algo acerca de tu nombre en las enciclopedias; yo despierto a media noche para buscar una canción que cuente algo de tu cuerpo.

15:59 Los vecinos asustan a los vagabundos diciéndoles que los bañarán si se acercan a sus puertas, pienso en el día que cumplirán sus promesas. Quizá algún domingo me deje confundir, pues quiero terminar secándome junto a ellos en el parque. Buscaremos una piedra para arrojársela a los cristales de las joyerías, como una manera de vengarnos.

17:10 Dicen que tu sexo tiene el sabor de los naufragios.

18:11 Iremos a los países donde los perros que hemos tenido nos esperan. Iremos, sin que se enteren nuestros padres, a escondernos a la vieja estación de trenes.

19:42 En la mañana vendí mi radio; supongo porque es hora de callarme, de cerrar los ojos y darme cuenta de que mi padre duerme en otro lugar, lejos de las canciones que le recuerdan aspectos de su infancia.

19:44 Cuando yo tenía quince años, mi padre viajó a otro país para regalarme un mundo más amable. Desde entonces sube a los edificios más altos para lavar los cristales. A veces —me cuenta por teléfono— debe tomar el desayuno en las alturas; sin embargo, hay ocasiones en que puede comer cereal mientras el noticiario anuncia una granizada. En días como hoy, cuando las vacas duermen junto a la tranca, pienso en las palabras con las que a él le gustaría escribir una carta.

(Nota) 19:44 es para Jimena Ballí.
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sábado, abril 01, 2006

carta

Espera en la ventana a que llegue tu padre, él nos traerá algo para aliviar el hambre; además, ofrecerá su cansancio para que podamos dormir sin sobresaltos. Aunque él, en lugar de descansar, cuente las monedas que hacen falta para comer durante la semana. Tu padre cierra las puertas al miedo y al frío. Recorre un campo de centeno. Dile adiós a los amigos que van a otro país para curarse alguna enfermedad; para trabajar cortando limones, o lavando cristales en los edificios más altos. Menciona a tu padre alguna nube en el cielo, dile que es un avión, un paracaídas extraviado de la guerra de otro tiempo; dile que es una tormenta. En este tiempo la gente sale a comprar abrigos para el frío; aunque es difícil, algunos salen a pasear en bicicleta, o se divierten son sus hijos en los parques. Los más tristes compran mascotas que luego, cuando comprenden que es incurable, regalan, esgrimiendo vanas excusas, a sus amigos. Regresaremos más tarde, cuando los ancianos hayan dejado de jugar ajedrez en las esquinas; cuando las madres hayan salido a buscar a sus hijos que juegan a perderse en la tormenta. No es sencillo, pero intento organizar mi cuarto y mis libros; si necesito ayuda, quizá marque a tu casa. Al final del día podríamos comer ciruelas y mirar la ciudad; o podríamos terminar peleados, como hace todo el mundo, sin mirarnos a los ojos, sin llamarnos por teléfono, deseando encontrarnos alguna vez en el metro, o en las librerías, pero con el orgullo necesario para impedirlo. Hasta siempre.
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