jueves, octubre 27, 2005

abrigo de guardafaros

Tampoco tengo una botella, ni siquiera he escrito el mensaje, pero, aunque lo tuviera escrito, de qué me serviría; en principio, a quién podría mandárselo. Imaginemos que mis cartas llegan a las sastrerías, a los hospitales donde el alivio es algo que no nos pertenece; donde el diluvio es algo que nos recuerda alguien que canta todas las mañanas. ¿Y no seré yo quien camine hacia la música que regalan tus palabras? ¿Y no será tu sombra la que baila para Dios cuando es domingo y hay niños en los parques?; no seré, yo, en suma, el que te dibuje un nombre nuevo antes de que nos deporten de este lugar en donde faltas. Tampoco tengo un velero, un aeroplano; es más, ni siquiera una manzana, una mañana, un trompo o una uña. En la calle vacunan a los perros. En el teléfono me preguntan si tengo tarjeta de crédito, si traigo calzones, si desayuné ligero, si me hace falta un llavero; en el teléfono me preguntan si tengo temor, si tengo una bicicleta para escapar. Lo que no tengo es una botella y un tema real para esta carta, sólo divago, sólo espero en un lugar donde nadie me conoce. En realidad sólo quiero hablarte de los muelles, de los faros, de las mañanas en que despierto sin tu cuerpo. Me he dado cuenta de una cosa, mis vecinos prefieren el frío; cuando hace calor, o cuando llueve, ellos se quedan en su casa, preparan algo que pueda aliviarles el frío, se desnudan y andan en el patio bañando a sus mascotas, o lavando el automóvil. Pero, cuando hace frío, son felices, caminan por las calles y se saludan, se detienen a intercambiar algunos comentarios, se burlan de otro porque perdió su equipo favorito, se obsequian miradas cariñosas cuando se cruzan por los centros comerciales. Me he dado cuenta de que los jueves te escribo con más lentitud, mis palabras se convierten en un objeto que prefiere la calma, un mecanismo de silencio que se detiene a observar antes de cruzar las avenidas. Contagiadas por el frío, mis palabras se abrigan en tu ausencia, prefieren las calles por donde no camina nadie y observan a los gatos. Imagino que mis palabras son como ese frío que los vecinos prefieren para soportar la vida.
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sábado, octubre 22, 2005

Bach - Overture No. 3


No tengo una casa para ti; mucho menos un bosque interminable, lleno de gritos y de niños. Mi madre me grita desde un puente, mi madre que no recuerda su nombre me grita desde un lugar donde llueve, desde un mundo oscuro donde ha olvidado todo, hasta las llaves para cerrar el cuarto de su ausencia. No sabe los nombres de las frutas, no sabe si es viernes o domingo, no sabe lo que ocurre en esta calle; mucho menos imagina que llueve en esta carta. A veces me dibuja entre girasoles, a veces imagina que yo soy el que ha muerto, que ella asiste a mi funeral y me llora; elige una fecha para mi lápida, me regala un beso y vuelve a su silencio. No tengo una casa, he perdido mis monedas y espero una carta tuya, también, por si fuera poco. Como si no estuviera lo suficientemente podrido, espero, sentado aquí, una mirada tuya hacia este sitio, a este lugar en donde faltas. Un lugar donde te gritan los mendigos, donde te saben, dicen que un día aparecerás entre las calles para regalarles frutas. Mi madre ya no tiene amigos, los imagina, los dibuja en sus cuadernos; si los tuviera, seguramente, les pondría nombres distintos todos los días. Mi madre me grita desde un taxi, me habla de un lugar para dormir. Llueve en las canciones, llueve en los muebles, en las llaves de esta casa que no tengo para ti. Ella es indiferente al dolor, al tic tac del reloj; es indiferente a todas esas cosas que uno recuerda al abordar el autobús. Espero una palabra tuya, platico de ti en todos los lugares; los sastres estornudan contigo cuando estás enferma. Olvido si estoy llorando o me contengo, si tengo zapatos o si está nublado; olvido si esta carta es para ti, o si es para mi madre que está orando junto a la ventana; espera a los amigos que no tiene; espera que alguien le traiga noticias de los barcos que se fueron sin llevarla. Hasta siempre.
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martes, octubre 18, 2005

carta

Por aquí no llueve, tampoco sirven los semáforos y alguien, en la calle de enfrente, espera su transporte para ir al trabajo. Asaltaron la farmacia de la esquina, algunos niños hablan de los ladrones al tiempo que intercambian sus estampas; sugieren medidas preventivas para combatir los asaltos. En la televisión matan a Godzilla por la quinta vez. Mi padre llama para preguntar si está lloviendo, si tengo perro, si he superado mi temor a las alturas.
Pienso en un lugar donde íbamos a comer cuando salíamos de la Facultad, casi siempre elegíamos la misma mesa y siempre comíamos lo mismo; a veces olvido dónde he dejado las llaves, pero eso ya lo sabes. Me desesperan los rompecabezas. Hoy hay luna llena y me gustaría estar en otro lugar, en otra orilla, en otra calle; quizá estaría escribiendo otra carta, no ésta que te pertenece. Ven, podríamos dibujar un mago, podríamos cantar las canciones que hacen sonreír a los enfermos; ven, tengo un mapa para ti; o podríamos ir con los ejércitos que se dirigen a los países donde llueve.
Preparo las preguntas para una entrevista, ¿será bueno preguntar de la infancia?, si estuvieras aquí podrías sugerirme una pregunta a mí que no me gusta preguntar; pocas veces sé lo que sucede en esta calle, me gusta observar a las personas que se marchan al trabajo, yo me quedo en casa imaginando un mapa para ti; o, por lo menos, una carta que te hable de preguntas sin respuesta. Podría preguntar por ti en los mercados, en los puestos de periódico, en las estaciones de radio. Cambié el canal del televisor, me disgusta que maten a Godzilla; en el otro canal, Rollin Stones nos recuerda que seguiremos extrañando a Ruby Tuesday; aunque, podremos buscarla, como yo te busco a ti, en todas las revistas y en todos los lugares donde llueve. Anoche te llamé pero no estabas, seguramente terminabas una clase de francés, o explicabas algo de las canciones que no hablan de tu cuerpo en otro idioma, muy distinto, a estas palabras. Y yo que no tengo otra ocupación, me dedico a escribirte cartas, a dibujarte en las paredes de esta casa, por si un día quieres venir a visitarme. Hasta siempre.
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sábado, octubre 15, 2005

sábado

Sucede que los sábados, a diferencia de los lunes, en las estaciones de radio sugieren canciones que hablan del silencio. También en los parques los niños prefieren hacer actividades más calladas, como jugar dominó o intercambiar estampas. Yo también prefiero cerrar las ventanas y quedarme con el silencio de mi casa, con mis libros, con el silencio que puede sugerir un vaso de agua sobre la mesa donde escribo. Los encargados de las carnicerías cortan con cuidado, temen hacer algún ruido extraño. Y no hay vendedores anunciando sus productos por las calles, prefieren quedarse en casa, saben que los sábados no se hace ruido, saben que los sábados no se afilan cuchillos, no se pintan bardas, no se destapan cañerías. Y es que hoy es sábado y enmudecen las campanas de las iglesias; tampoco los pájaros hacen ruido, eligen alguna rama y se quedan en silencio hasta que dan las cuatro de la tarde en punto, porque a esa hora tienen que buscar alimento en los parques, en los jardines.
Los sábados, también, los perros prefieren observar, nada de ladridos, nada de rasguños en las azoteas, mucho menos en las puertas. Los perros esperan en silencio a que sus dueños regresen del trabajo y los reciben muy callados, cualquiera diría que con cierta apatía; lo cierto es que tampoco quieren hacer ruido. Los sábados, como hoy, me detengo a observar por mi ventana, veo a la gente que habla por teléfono unos pocos segundos, veo a los ciclistas que buscan un lugar habitable, piensan varias opciones mientras los semáforos están en rojo; después eligen una calle, la menos congestionada, y se dirigen hacia el lugar que, en el fondo, todos deseamos habitar. Hasta siempre.

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martes, octubre 11, 2005

sin tormenta

¿Encontró su cartera? ¿Está lloviendo en Guadalajara? ¿Ha ido a un circo últimamente? Aquí cae granizo, arquitecta, los árboles lo saben mejor que yo, pero lo saben, a su vez, menos que mi casa: tengo una gotera. Con el agua ladran los perros de esta calle, a veces se oyen más sus ladridos que la lluvia en las ventanas, en los automóviles que están estacionados en la calle. ¿A dónde van los pájaros cuando llueve, arquitecta? ¿Huyen como los patos cuando los lagos empiezan a descongelarse? Usted hablaba de un lugar para construir un parque de diversiones con jirafas y columpios, un lugar para los niños, un lugar en donde nunca lloviera, como hoy, en esta calle. Mis vecinos construyen una trinchera para que el agua no entre en sus casas. ¿Y si construimos otra calle, otra ciudad, otro paisaje? ¿Y si cantamos otra canción donde nadie nos olvide, donde nadie nos ignore, dónde nadie nos mienta con la vieja historia de los viajes espaciales? La ciudad tendría otros patios, otras habitaciones, otros amigos; incluso otra manera de mirar por las ventanas. Tendría, por último, otras palabras para escribir nuevas cartas, nuevas rutas hacia no sé dónde. Hasta siempre.

lunes, octubre 03, 2005

aunque no es viernes



Los viernes no se construyen puentes, ni veleros. Más bien, la gente se entretiene en el tráfico; pensaba, por ejemplo, en esa consideración de Julio Cortázar, quien se preguntaba –al hacer un comentario de su texto “Autopista del sur”-- cómo es que un artefacto como los automóviles, que fueron inventados para moverse, permanecían varados en el tráfico; qué contraste, decía, qué paradójico y qué absurdo.
Los viernes, por ejemplo, la gente compra más helados, se detiene más en los parques; esto es obvio porque, para la mayoría, empieza el descanso. Para mí no, sigo el ritmo habitual de la semana. Mi vecina se despierta y pone su radio a todo volumen, escucha canciones que he aprendido a cantar a las siete de la mañana. A veces escribo con esa misma música, es como si ese ritmo hubiera penetrado estas palabras y ellas sólo siguieran el orden que sugiere esa música.
Despierto a las siete justo cuando la primera canción, a veces me resisto un poco; a veces, incluso, llega a hartarme, pero siempre me levanto de la cama, reconozco el campo minado donde me despierto y abro las cortinas. ¿Sabrá mi vecina que me despierta? ¿Sabrá que sé de memoria las palabras con que despierta a sus hijos para arrancarlos de la cama?
Los vienes no hay niños jugando a la pelota, quizá se han escapado de la ciudad, quizá, como yo, caminan sin rumbo por una avenida, indiferentes al tráfico, indiferentes a la música que los despierta en las mañanas. Los vienes no hay soldados que regresen a su casa, enfermos, cansados. Los viernes, en realidad, tampoco escribo, sólo me divierto pensando que yo soy el personaje de mis cartas, que me observo, desde una butaca y me miro, me divierto contando los pasos que doy cuando pienso el renglón siguiente.
Pienso en esos magos que buscaban un lugar para dormir, esa historia la leí cuando era niño; pienso en ellos mientras sigo caminando, no sé qué busco, quizá huyo del tráfico, quizá busco un lugar donde pueda platicar contigo. Me detengo en esta esquina, espero el verde que me invite nuevamente a caminar. A lo mejor sigo la ruta del día anterior, a lo mejor caminar es mi manera de seguir respirando; o quizá, como “El huidor”, empiezo una carrera para escapar de lo que lastima; quizá, como él, busco una ruta que me lleve hacia un lugar donde la lluvia sea algo constante.
El semáforo está en verde pero los automóviles siguen pasando, la suya es una prisa distinta a la mía; los automovilistas intentan llegar a otro lugar, yo sólo quiero cruzar la calle para seguir caminando. Hasta siempre.
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