miércoles, julio 28, 2004

Querétaro, 28 de julio de 2004

a) Cuenta las horas para que vuelvan los repartidores de periódico

b) Pregunta a los vecinos si ha llovido.

c) Mi abuelo decía que podía imaginar las palabras necesarias para inundar una ciudad, aunque su oficio favorito era platicar con los niños acerca de dibujos donde había llovido.

jueves, julio 15, 2004

 
No, ya no escribo, ahora me dedico a contar la arena que crece en este cuarto. No sé cuándo comenzó, pero este cuarto empezó a llenarse de tristeza. Todo empezó como una pequeña herida en la pared, la enfermedad fue progresando y lo que se desmoronaba de la pared, empezó a llenar este cuarto de silencio. En ese entonces decidí que la enfermedad no debía contagiar otros rincones o momentos. Pero no fue así, la arena que nacía de las paredes se hacía cada vez más difícil de barrer y de quitar de los muebles, estos últimos, contagiados por la ruina, empezaron a perder sus posiciones, se entregaron al naufragio. Sí, ya no escribo y todo a causa del desvelo que me produce observar cómo se pudren mis manos y mi cuerpo. Es lamentable el estado y no podría referirlo con palabras. Sí, ya no escribo y ahora en lugar de leer me dedico a apuntalar las paredes con muebles que he desarmado. Utilizo lo que queda, incluso mi cuerpo, para protegerme del vacío. Los muebles son nobles y cuando han muerto donan sus despojos a la causa triste que es este intento de salvación. Intentaré que todo ande mejor, pero no prometo nada. Las cartas que llegan son el único alivio a tanta nostalgia. Cuando alguien me ha escrito, por ejemplo: "Édgar, escríbeme una carta, háblame de la ciudad que construiste en tu infancia, dime, platica conmigo de tu miedo a los relámpagos", esas palabras se convierten en el mástil derribado que puede conducirme a la mañana. Por eso a veces hablo con el tiempo ahogado en los labios, por eso a veces hablo con las palabras que alguien me presta para sobrevivir. Y no es que quiera sólo enviar cartas que me agregan segundos a la historia perdida en que se ha convertido esta casa, es que sólo eso persiste al final, cuando han caído las paredes, cuando los libros han cumplido su función para sostener la cama o para aliviar los puentes que conectan la música con las ventanas.
Sí, ya no escribo pero percibo una tormenta cuando leo: "Escribe, una vez más, de lo que piensas cuando estás junto a mi cuerpo; junto a mi piel que te pertenece como a un mapa". Ya no escribo porque encuentro en estas palabras, que la única razón para sobrevivir,

textual

La puta madre, me pudro en la enfermedad, no hay palabras tuyas y no tengo más que agregar.

...

 
Creces de la noche, te nutres de lo oscuro, tu vestido es una fiesta del olvido. En tu corazón crecen los higos y las flechas, eres un campamento enemigo acosado por la lluvia, en tu piel recuerda el aire su paisaje.
Hay días que amaneces hacia dentro, que el sol nace en tu respiración y contagia de luz a tus recuerdos, hay días, cuando la soledad escribe su nombre en tu cintura, en que te recuerdas desnuda, en que te piensas como una liebre perseguida por el frío.
Eres un campamento enemigo, eres una fogata en que se lavan las manos los que van a morir mañana, eres una lluvia dormida entre cuadernos.
Después de la tormenta, hay que escribirte una carta, hablarte de heridos y de balas, hay que escribir acerca de la fragata y de la muerte, de las manos de los niños, de las bolas de nieve con que apedrean tu silencio.
Eres la arena, eres la trinchera de mis soldados, la tormenta que habla de islas habitadas por dormidos.
Ayéleth te platica de sus manos, te escribe un cuento de adioses y delfines. Te cuenta la muerte de su padre, te detalla su pérdida; él cuidará su descanso, ella sentirá su respiración cando esté triste, pero ya no le contará de lluvias y de trenes.
En tu cuerpo despiertan las abejas, un circo se instala en tu descanso, cuando amanece, late una campana de hielo en tus cabellos. Un capitán recuerda su ruta por tus dedos, el color de tus ojos le asegura un temporal a la distancia. Eres el frío de los huérfanos que duermen con la ausencia. Eres el velero que olvidó su lluvia en otro mar de campanarios, eres una oración que pide por los muertos que han llorado mis ojos.
Óyeme latir como a los bosques que se nutren de tu invierno.
Esta ciudad debería ser tuya, deberías estar aquí y caminar como entre los árboles, tú serías el olor de varios años de madera; serías un taller para escribir las ramas a las aves. La cosecha sería una urgente tormenta de canciones, dormida escucharías la batalla de las gotas, en tu pelo crecerían los relámpagos, pero seguirías soñando con aserraderos, con frutas cortadas por descuido. Eres una fruta y te ofrezco una mañana como te podría ofrecer un río o una rama.

miércoles, julio 07, 2004

sugerencias para soportar la tormenta

7 de julio, 2004


Guardas en tu cuaderno de dibujos la ruta del salmón. La migración también ocurre cuando duermes, dices; lo sabes porque conoces la aventura y el descanso, has visto morir tardes –incluso muchachas-- en los ríos. Enséñame tu mano, enséñame que guardas una flecha, que guardas la despedida y el encuentro; enséñame que puedes escribir de las hormigas y los patos.

Me veo saliendo de casa para encontrarte en la plaza central de una ciudad sin campanarios, me veo vestido con tu abrazo, hablando de la felicidad de los cumpleaños. Conoces la fuerza del temporal en los campos de trigo, conoces las consecuencias de despertar en medio de la noche a causa del invierno.

Alguien nos menciona la victoria de un equipo de fútbol, pero no importa, prefieres correr entre los árboles, prefieres hablar con los ancianos que nos ofrecen el billete que –aseguran-- ganará la lotería.

Canta con los niños que rompen los cristales jugando béisbol en orfanatos destruidos por la ausencia. Dime que guardas en los especieros monedas suficientes para comprar el diario, que inclusive podemos ir en autobús hasta el pueblo más lejano para desayunar arroz con aguacate.

No pierdas de vista tu cuaderno de dibujos, llama a los amigos de vez en cuando; cocina, en mi ausencia, verduras al vapor. No te asustes si encuentras alacranes en los libros, si la joven pareja de a lado se pelea por los grillos, o si en el noticiario sugieren abandonar el planeta de emergencia.

Ah, y por favor, no temas a los perros, tenle miedo, mejor, a los carteros descuidados, a los vendedores de molinos, y a los niños ciegos que reparten abrazos en los quioscos.


lunes, julio 05, 2004

Carta

Tienes razón, volvamos a caminar nuestra ruta de Juárez, comamos burritos y lonches de aguacate, vayamos al Café Central para tomarnos fotos. Vayamos a la catedral para resguardarnos del sol y tomar agua, para quitarnos los zapatos mientras la gente se entretiene alimentando a las palomas. Vayamos al congreso de poetas que hacen el amor con las botas puestas, apostemos mapas a los patos, apostemos partituras a las tardes rojas del desierto. Hazme preguntas acerca del pronóstico del tiempo, pídeme que encienda el televisor para ver a qué temperatura nos cocinamos. Ayer te compré una pluma en un lugar que me gusta, la pluma es bella, podría servirte para escribir recados en las servilletas, podría servirte para hacer los planos de una nave espacial. Comencemos de nuevo, hay que ir al Chamizal para acercarnos a la frontera, vamos al puente peatonal para ver los coches que hacen fila para entrar al Chuco. Cuenta conmigo las cruces que nos recuerdan las muertas de Juárez, la gran cruz de clavos que vimos desde lejos. Tomemos la ruta 2 para ir al futurama y comprar anillos y pulseras con un tipo detestable que no merece ser mencionado en esta carta, compremos, también, tamales oaxaqueños y crucemos la avenida para llegar al centro, comamos manguitos con chile, nosotros dos, únicos locos que caminan bajo los rayos del sol.

Aucun

En la alegría de los puertos donde los niños venden fruta. Caminamos entre la música que nos ofrecen los gritos para anunciar mercancía proveniente de países donde llueve. La madera de tu ciudad es famosa por su costumbre al agua, por la resistencia que ofrece contra las hormigas y los relámpagos. Las campanadas anuncian la llegada de un nuevo embarque, un mercante cargado con granos o instrumentos, con gritos, con el miedo de los soldados antes de la batalla, con la lluvia y los rebaños, con la verdura que se pudre en la muerte, con los esclavos del miedo y la tristeza, con la ropa de los suicidas, con las armas para conquistar países pobres y olvidados. Escucha las palabras del vendedor de semillas, eres junto a la fruta una canción de rieles. Cambiamos la risa de los niños por un poco de agua, me ofreces la mano para ir entre los puestos donde nos ofrecen frío, donde nos venden libros, luciérnagas, miel, cereales, espantapájaros; mapas para encontrar un nido de gaviotas. Ofrece tu cuerpo a la mañana, crece como un incendio; descansa, despierta en un campo de trigo y convénceme de escribir una fecha en tus caderas.

Nos ofrecen polvo, flores, zarzamoras, pájaros que recuerdan un idioma olvidado cuando cantan; pájaros muertos, útiles para atraer tormentas a los campos de centeno. Nos ofrecen capitanes jubilados, sueños en que los niños interpretan partituras de silencio; colchas, orugas, hojas de plátano, guitarras para cantar con la tristeza.

Escribe recados en las servilletas y envíalas con buenos deseos a otro país, a otros mercados, a otros barcos. Dibuja rieles en las ventanas de tu cuarto, mira la lluvia, imagina una iglesia sin escaleras.

En la alegría de las cartas donde me hablas de los sábados, en las canciones de cuna que recuerdas cuando duermes. Escríbeme una carta que hable de un piano que late con tu ausencia.

viernes, julio 02, 2004

"Mi chinita ya me espera en una calle de Juárez"

La hija más pequeña de mi hermana dibuja gatos y yo la miro, me gustaría escribir esta carta en su cuaderno, me gustaría imitar con mis palabras los dibujos que imagina; por cierto, creo que a veces yo también escribo gatos. Aunque también escribo ventanas y raíces, escribo tu cuerpo y pronuncio campanas para amanecer junto a tu piel. Qué me despierten los ahogados, yo quiero que me despierten en tu pelo. Te ayudo a pensar un nuevo nombre para los libros que no has escrito; o si quires nos quedamos callados hasta que el tren haya terminado de pasar. Escribo con las ventanas abiertas y a veces, cuando llueve, me dedico a tomar fotografías de la humedad que crece con los libros. Prométeme una fiesta de cumpleaños en tus sueños, faltan quince días para mi cumpleaños y yo quiero que me regales un tren que recorra la ruta de tus labios. Hablabas de Humbert Humbert y fumabas, yo construía un planeador para irnos a una isla sin princesas, hablabas de una canción de cuna para los muertos. Cantabas.
Yo intento esta carta como una respuesta a tus palabras, yo intento esta pendeja carta para que sueñes algo distinto, algo parecido a una tormenta en el desierto. Alguien me llama por la ventana y yo le ofrezco el silencio que encuentro en tus cartas, yo le ofrezco las respuestas sin palabras que a veces me regalas. Le ofrezco, para hablar con sinceridad, tu indiferencia.
Esto no es una carta, es un salto al vacío. Pero yo, obstinado, mañana vendré de nuevo a intentarlo, a mirarte, como si no te hubiera mirado tantas veces, hablándome del frío en la Plaza de los platitos en Querétaro.
Cantemos "Canciones desde el segundo piso", leamos un poema de César Vallejo al principio de una película que nos recuerde, hay que llorar con la mujer que canta enmedio de la calle su "rola de amor", guardemos el equipaje para el viernes, guardemos en un frasco las luciérnagas que atraparon nuestros padres, guardemos la cámara fotográfica, los lápices, un kilo de guayabas, dos duraznos y condones; guardemos los libros de viaje, libros para soportar el vuelo, es más, hay que llevarnos "Altazor" por si el avión se complica y hay que abandonarlo desde el cielo. Hay que llevar La vida breve de Juan Carlos Onetti para deprimir al piloto y a los sobrecargos, hay que llevar a Onetti para que llueva; es más, Ciudad Juárez me parece un lugar tan gris como Santa María, que no es la Santa María del Circo de Toscana, porque de otra manera, podríamos entretenernos con la tristeza de un circo y aplaudir por una función en que nosotros, dormidos, escuchemos un concierto de campanas.
Alguna vez, recuerdo haberle preguntado a David Toscana acerca de la frustración de sus personajes, él mencionó algo de que quien escribe es un pequeño Dios que maltrata o premia a sus personajes. Ahora pienso en mí, pequeño personaje de estas palabras, pienso si me maltrato o me premio con un libro de relámpagos. Y yo, pequeño personaje de esta carta, que recuerdo cosas que debería olvidar, recuerdo una frase de Estación Tula en que leemos: "¿Por qué no ha de ser una vieja piel seca y gruesa, de mentón velludo y una voz amarga que grite chocolates, chocolates como quien grita mentadas de madre a los peatones?" Ahora pienso en la imagen obscena, porque no podría ser representada, de nosotros dos gritándoles mentadas de madre a los peatones, ¡imagínate la situación!, nosotros corriendo para escondernos de los gritos, nosotros corriendo para escapar de las ciudades y los circos que leemos para tener algo qué decir. Pienso en nosotros, amigos en el cuerpo y el aroma, escondidos en un café, mientras los peatones nos buscan en anuncios de cerveza. Ahora pienso en una ciudad que se murió esperando el tren, ahora pienso en mí, pequeño personaje de tus cartas; podrido como un partido de futbol sin goles, esperando el país de tus pestañas, dormido con los rieles.
Pero ya mejor me callo, yo sólo quiero llegar con vida a Ciudad Juárez, sin la penosa necesidad, de que acausa del naufragio del avión, tenga que abrir mi libro de Huidobro. Yo sólo quiero humildemente terminar de escribirte esta carta. Yo sólo quiero irme tranquilamente a pescar y usar mis zapatos como anzuelo. Hasta siempre.

Carta de Gabriela Aguirre Sánchez desde el desierto

Le dije a Martín que yo regaría el jardín mañana temprano. Los girasoles crecen más allá de la reja, como para decirnos que es julio. En Querétaro septiembre es el mes de los girasoles impares, de los baldíos atravesando la ciudad de amarillo. Aquí el sol es un sol que no pasa nunca, y las flores del desierto crecen con ese sol, con el eco del agua, con lo que de mar dejó el mar en estas tierras. Pienso entonces en este cuerpo que vive también con el eco de las cosas, de tu cuerpo junto al mío, por ejemplo. Vivo con la efervescencia de conversaciones entre la vigilia y el sueño, entre una mañana que crecía del otro lado de la cama y un canto en un idioma de fiebre y medicamentos para dormir. Acompáñame al baño a media noche con el frío de tu ciudad y la añoranza del desierto. Acompáñame a escribir en los vagones del metro una carta para que la lean los niños enfermos y sonrían. O, por lo menos, vamos caminando a buscar un cigarrero a la esquina de alguna calle de Juárez. Porque son las once y media casi, y tengo ganas de fumar.

Gabriela

jueves, julio 01, 2004

pequeña carta por las niñas que lloran en los videos de Sharon T.

¿Cómo soñar que aparecerán un día en el horizonte los mástiles que anuncian su salvación cuando no queda ya una tierra firme adonde ir?

Miguel de Morey

Con luz de ayer se escribe,
a oscuras, para que amanezca.


Fabio Morábito



Debe haber un mapa en tu cabello, con rutas que orientan a trenes hacia lugares donde llueve. Debe haber en lo que sueñas algo de pradera, algo de tambor o de tormenta. Debe haber una ciudad y un cuaderno para que tu piel pueda escribir lo que recuerda.

(“I would buy myself a gray guitar and play“)

A decir verdad, la muerte de un tren tatuado en tus senos, el agua de su descanso, la buena noche de su silencio en que escuchas esta carta. Alejada de un camino que te divide el cuerpo en aroma y en flor: eres la flor y la estación en que despierta una pintura de duraznos.
Edgar Morin menciona que “el amor procede de la palabra“, pertenece al mito, se enreda en el nacimiento del hombre, es inherente a su forma de imaginar el mundo. El amor mantiene, en consecuencia, una relación estrecha con la palabra. Esta tiene la facultad de comunicarse con Dios, quien es amante y se comunica con los hombres por medio del amor. Aunque también se ha escrito que el amor es una invención de la literatura del siglo XI. La idea que persiste al final, es que la literatura hace presente la idea, la dibuja en sus distintas posibilidades en los hombres.

(“It seems no one can help me now
I'm in too deep
There's no way out
This time I have really led myself astray”)
“En la ruta que no escriben tus ojos, la ruta en que hemos perdido a nuestros mejores soldados, en la ruta de niebla, en la ruta de árboles y casas abandonadas“, escribió. Aunque podrías echarle un vistazo a esta carta, en ella podrías encontrar --entre muchas-- mi voz, o la noche perfecta para dormir entre estrellas.

(cantemos, compañeros, algo más poético: "My generation" de Limp Bizkit --je je, es broma--.)

Escalera hormiga tormenta cuaderno o taxi de papel, qué ha sido de tu vida desde aquel fatídico instante en que decidiste abandonarme por melones, ventana ciudad o papalote, guitarra mause averiado por los gritos, libro de Tsvietaieva en la mesa donde nunca se come, tormenta de papel, o niño de chocolate que juega a observar lo que cantamos: la voz guardada en la radio anuncia “Mr Jones” de Couting Crows, afuera y adentro de esta carta llueve. Una película --podría ser “El ladrón de orquídeas”-- en que te observe enamorada de un hombre pusilánime. ¿Me dejas abrevar en tu respiración mi sueño? ¿Me dejas conversar contigo acerca de cometas y de flores?

(Cantamos: "I can't see the end of me / My whole expanse I cannot see / I formulate infinity / And store it deep inside of me").

Buenas noches Elizabeth, buenas noches Eloisa, buenas noches Remedios la bella, buenas noches Amaranta, buenas noches Rebeca, buenas noches Mónica, buenas noches Grete, buenas noches fenicia: “...Todo fue tan flexible. Usted / fue feliz. Yo fui feliz. El adiós sangriento fue feliz” (Gonzalo Rojas), buenas noches Beatriz, buenas noches Moncha Insurralde (o Insaurralde), buenas noches Pandora y Alegría.

(Silence: "I have nothing to say / and I am saying it / and that is poetry / as I needed it" --John Cage)

Yo estoy aquí, pero es como si durmiera en tus pestañas; como si mi lengua escribiera la humedad que leo en tus pezones. Yo estoy aquí, como si llovieras en lo que mi piel recuerda de tu boca. Habitante de un libro de mis dedos. Escribe con mi semen tu nombre en mi recuerdo; escribe, dolorosa, esta pinche carta que te extraña. Muerde mis dedos, muerde mis labios, mi pelo que te pertenece hasta cuando duermes; muerde mi lengua, habla con ella palabras de manzana, escribe un huracán que nos devuelva la ciudad que nos robaron.

(“C´est a grant tort se ma mort li agree,
car je l´aim pluz que moi n´autre rienz nee” -- Gace Brulé)

Pero yo pertenezco a este lugar oscuro, a este circo en donde oficia el miedo, a esta escena donde aparece la oscuridad a divertirnos. Yo pertenezco a este lugar en donde estás ausente, dolorosa. Y estoy aquí “con el temor después de la tormenta. ¿Son las bombas? / --No, amor, es la arena que escribe caminos” (Lioote Rozz). La cosecha será una madrugada en tus labios, la carta que me anuncie un campanario; la cosecha será cuando un alegre camino de trigo
te devuelva.




Carta con crepas frente a Shirley Coria

Escribirte una carta desde este lugar en el que quizá hayas estado. Escribir para ti esta tarde en que los niños que juegan a mi alrededor, recuerdan canciones con letras que hablan del miedo. Escribir aquí, contigo, porque las palabras te inventan un cuerpo y hablan de ti como una estación nublaba. Los niños participan en el silencio de esta carta, encuentran en estas palabras una estación para dormir tus trenes.
Y qué te cuento, amanecimos a menos diez grados, faltan alimentos y es preferible mirar el día desde la cama; o inventar otro, ya sea en la imaginación o en el cuerpo de alguien.
Un taxi de papel y la carta en que me hablas de dibujos y de faros. Los niños nos protegen de tormentas anteriores e interiores. Arqueros del frío en la batalla, perdemos a nuestros mejores hombres en tus manos.
Escríbeme una carta para que mejore el clima, dime que un bosque crece en ti, que una música de campanario interpreta los juegos en tu infancia. Hace frío, lo sabes porque cuando hace frío escribo más lento, mis palabras se convierten en un animal que hiberna; en una semilla que se refugia en el sueño.
Escríbeme una carta, háblame de una tormenta de arena; o sólo dime que tus alumnos ríen porque me gusta escribirte cuando duermo. Dime a dónde irá el agua cuando el deshielo nos visite, escríbeme, necesito pensar en un lago, para variar, congelado, como aquel que describe Holden Caufield. También escribe un campo de centeno, erígete guardiana de las cosechas y las fresas. Convénceme de mirar en el cielo las estrellas que has contado, háblame del humo, de la soledad; de los naufragios que escribes en cuadernos.
Háblame con tu lenguaje de agua y,
si te queda un segundo,
escribe un barco.
Image hosted by Photobucket.com