miércoles, junio 21, 2006

miércoles

Sucede que me canso de contar hormigas en los parques. A la hora del almuerzo prefiero dedicarme a detallar los dibujos que luego vendo en las esquinas; alisto la madera para un barco que nunca botaré.
Sucede que los enfermos han salido de las salas de emergencia y ahora cantan en los parques. Mi computadora hace un ruido extraño, nunca antes lo había percibido, pero es como si roncara, como si quisiera decirnos algo; aunque no tengo la menor idea de sus gritos.
A veces me divierto con los niños que juegan a ser árboles, que juegan a morirse en los campos de batalla que han improvisado en los jardines. Cuando se cansan, sugieren una tregua para levantar a sus heridos, les lavan los pies y los entregan a las afligidas madres. Y todos pasean con sus gatos.
Sucede que he gastado mis monedas y mis libros y ahora me dedico a contar escarabajos.
(Alguien grita por la calle que se acerca una tormenta.)
Sucede que abrevio al bajar las escaleras, prefiero rodar; cuando eso sucede, me veo como si hubiera peleado con un gato.
Sucede que amanece si respiras a mi lado, si dibujas un tren en mis rodillas, si repites la oración de tus labios en mi espalda. Cuando callas, se detienen los relojes y los faros. Hasta siempre.

edgar mena

lunes, junio 12, 2006

carta


Sé, sin embargo, que cualquier ejército de virus se rendiría ante tus ojos; porque, si estuvieras aquí, la enfermedad no sería tan cruel y pantagruélica conmigo que, abotagado aquí, y sin una laguna habitada por dragones. me divierto con las moscas que han muerto en mis ventanas. A veces, también, observo a los niños que regresan de la escuela; entonces vuelven con un nuevo objeto que han hallado en el camino, a veces patean una lata, otras han traído una rama con la que trazan una nueva ruta hacia el cansancio.
Sé, sin embargo, que hoy viviré en este cuarto y trataré de imaginar mis pasos en otras calles, quizá me escuche platicar con los ancianos que dibujan relojes en las puertas. Hay niños que oran en los puentes peatonales. Organizaré a mis soldados de plomo en las ventanas, bajo los sillones; subiremos juntos a los árboles, para planear tomar por asalto las casas vecinas. Atado a mi sillón, la enfermedad me permite descansar sin sobresaltos; entonces puedo ir a cualquier lugar sin mover un dedo. Tomo el tren hacia lejanos lugares donde duermes, entonces puedo sugerir cambios en el paisaje, puedo cambiar los colores y meterme a los clósets de todas las mujeres para ver si guardan un cuco de abuelita para los periodos largos.
Sé, sin embargo, que me duele la cabeza como si me hubieran dado un hachazo. Sé que diciembre aún nos queda lejos, que cerró la bolsa colombiana, que no hay una ruta de bicitaxis que nos lleve hasta Borneo. En otros lugares a las personas que llevan enfermos de un pueblo a otro se les conoce como “parceros”, ellos llevan a los enfermos en su espalda por los difíciles caminos. Ahora, en medio de la enfermedad, imagino que alguien me lleva por las barrancas llenas de niebla de mi infancia, entonces tú me esperas al final de la ruta y me convences de que también hay melones en Alaska. Hasta siempre.

:é:m:

Image hosted by Photobucket.com