lunes, mayo 15, 2006

carta


i) Me duele un ojo. Quizá un día ya no pueda ver de qué color son tus ojos después de una tormenta, después de un día nublado. A los cementerios iremos para tomar fotografías; la niebla crece en tu cuerpo cuando cantas. Me abrigo en la felicidad de los ancianos que regresan de un juego de ajedrez, los que ganaron sonríen a las meseras que les ofrecen el café.

ii) Mi abuela se despidió en otomí cuando se iba, entonces vuelve para encontrarse con el trigo. A veces sueño que canta canciones para organizar a los ejércitos que duermen con el frío.

iii) Entrega tus monedas y tus libros a los enfermos.

iv) Pensaba en las manzanas necesarias para cruzar el bosque, en el olor que ofrece la mañana de la que hablan los ahogados; pensaba en tus movimientos cuando te abrigas por el frío; pensaba en que eres más alta que las ciudades que han sido abandonadas por los trenes.

v) deseo que mañana ya no me duela mi ojo, pues quiero observar por la ventana a los que regresan; pienso en un éxodo de ahogados caminando por la calle. Kamila estornuda en el patio.
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é
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sábado, mayo 06, 2006

carta


Sólo los ancianos han salido a caminar por las calles este viernes. En el noticiario anunciaron manifestaciones; en consecuencia, los automovilistas hicieron lo posible por regresar temprano a sus casas; yo opté por no salir a comprar croquetas para kamila enferma. A veces me da por imaginar que puedo terminar un rompecabezas, pero nunca he podido terminar alguno. La canción que escucha mi vecino habla de tres caballos y unos trenes. Desconozco los precios de ciertas cosas. ¿Y si vamos al mercado a comprar panes de esos duros que te gustan? ¿Y si compramos flores en Tlaquepaque? O, mejor aún, nos quedamos dormidos toda la tarde oyendo a los niños que juegan en la calle. Daremos cuenta de la lluvia y sus vestigios; daremos cuenta de lo que estorba en los sillones, en los patios de las casas abandonadas. Habita los estanques y los mapas, guarda en los refugios la tormenta. Siembra menta en los balcones. A veces imagino que despiertas en mis cartas; en ellas siempre eres un barco y un atardecer lleno de pájaros. Que los caballos nos muestren el descanso. Llevaremos a los niños un soldado de madera. Hemos ganado dinero para comprar un aeroplano e irnos a las aldeas donde nunca deja de llover. A veces me muevo con tus pasos. Iremos a los lugares imaginados en la infancia; esos lugares que apuntamos en cuadernos y en agendas. Olvido los mapas. Tengo una brújula y me despierto para oír a los gatos que pelean junto a mi ventana. A veces me pregunto si te gusta leerte en mis cartas. A veces me pregunto si reconoces tus ojos, tus palabras; ¿nunca has pensado que hay días que escribo con tus palabras? Escribo tus rodillas y tu boca. Y que conste, no dije, escribo en tus rodillas, pues esto me parecería un tatuaje de caricias o de niebla. Escribo para que estés aquí. Escribo para empezar una escalera, para subirla, para encontrarme en las alturas con tu cuerpo. Escribo páginas que luego no recuerdo. Aunque, cierto, tampoco las respondes. Escribo para enseñarte una oruga, una nueva ruta hacia el mercado. Escribo y te espero en la madrugada para salir a caminar por la ciudad. Escribo para guardar tu ropa en los armarios. Encuentro tu nombre en los espejos. Tu nombre significa “la que ordena los libros de dios”, tu nombre significa “la que duerme con los barcos en los muelles”. A veces, en mis sueños, construyes un caballo de madera. Enciende tu paraguas para que empiece la tormenta. Tu abrigo es mi silencio, mi equipaje las palabras que usas para comprar el diario en las mañanas. Abrígate bajo los puentes y en los barcos y recuerda, mañana a primera hora, robaremos su canción a los enfermos. Hasta siempre.
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